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lunes, 2 de mayo de 2016

Discépolo en París

Mucho se ha hablado y escrito sobre este amargo filósofo del tango, actor, charlista, autor teatral, director de teatro y cine, gran amigo de sus amigos y auxilio de muchos necesitados que recurrían a él para aliviar sus penurias. Justo a Discepolín que siempre vivió en el alambre, sólo, o en su matrimonio con Tania. Lo pasó mal cuando quedó huérfano de padre y madre y tuvo que ir a vivir a la casa de unos parientes que tenían reglas muy estrictas. Se iría después con su hermano mayor Armando y la familia, en la calle Rioja.

Y poco a poco su talento, fraguado en las inclemencias de la vida, en lecturas y tertulias de intelectuales que se hacían en la casa de su hermano mayor, Armando, o en la acera de enfrente, en casa del pintor Abraham Vigo. Allí concurren, Juan Palazzo, autor teatral tempranamente fallecido, y personajes bohemios y de espíritu anarquista, el escultor Riganelli, el pintor Fabio Hebecquer, su colega Torre Revello, Benito Quinquela Martín, Juan de Dios Filiberto, Santiago Stagnaro, pintor y gremialista del puerto, el Negro Techera y otros. Lungas y fecundas madrugadas con Riganelli cebando mate y el grupo discutiendo de política y arte mientras devoraban las medialunas y bizcochitos restantes...

                                         


Así se formó el muchacho triste que comenzaría a trabajar como actor en pequeños papeles, llevado por su hermano Armando, director, autor y creador del teatro denominado grotesco criollo. Un género dramático, de raíces itálicas, que dejó páginas históricas. Enrique iba creciendo, siempre raquítico, había vivido con mucho dolor las masacres de la conocida como Semana Trágica en 1919, y ello se había instalado para quedarse en su espíritu, rebelado ante la injusticia.

Sus primeros tangos no tuvieron mayor trascendencia. Arrancó con Bizcochito, compuesto con Letra de José Antonio Saldías y lo crearon en un pueblo  entrerriano, en una tarde de lluvia. Años más tarde diría en una entrevista en la revista Radiolandia:

-Un tango puede escribirse con un dedo, pero necesariamente se escribirá con el alma, porque un tango es la inimidad que se esconde y es el grito que se levanta airado, desnudo. Está en el aire como el vuelo curvo de los pájaros, está en la pared descascarada que muestra una llaga de ladrillos y en la esquina más distante y en las plazas y en los baldíos.

                                             
Margarita Solá, Gladys Rizza, Enrique S. Discépolo y Tania


Después vendrán lentamente: Que vachaché, en 1926, donde ya da rienda suelta a sus convicciones y la tristeza que lo envolverá ante las desigualdades de la sociedad y la ceguera de los políticos en el poder. Recién con un tango humorístico, dos años más tarde: Esta noche me emborracho, recibe la alternativa de parte de intérpretes y públic. Ese tango prolongará su éxito, incluso lejos de Buenos Aires. Le siguen Chorra (de la misma cuerda), Malevaje, Soy un arlequín, Alguna vez (letra de García Jiménez), Los sarcásticos Victoria y Justo el 31... y por fin le brota de las entrañas ese Yira yira, que dará la vuelta al mundo. Y seguirán las páginas que lo perpetuarán. Algunas de ellas serían: Confesión, Secreto, Tres esperanzas, Cambalache, Desencanto, Tormenta, Martirio, Infamia, Uno, Sin Palabras, Canción desesperada, El choclo o Cafetín de Buenos Aires, compuestas en sociedad, tanto como letrista o compositor, o solo.

Lo curioso es que, pese a ser hijo de un músico (el italiano Santo Discépolo), Enrique no sabía música y se las veía para poder ponerle la melodía a temas suyos o de otros autores, porque desconocía la notación. Y entonces, cuando estaba en casa, leyendo o duchándose, comenzaba a "cantar" el tema y en cuanto podía salía corriendo a buscar al amigo que se lo transciribiera al papel. Iba cantándolo por la calle o silbándolo, sin importarle lo que pensaran los transeúntes que cruzaba a su paso. Generalmente era su amigo, el pianista Lalo Scalise, pianista de renombre, quien le trasladaría su ingenio a la partitura.                                      
                                    
                                        


 Un día decidirá que es hora de viajar a Europa con Tania para darse a conocer allí. Sus amigos del ambiente le organizan entonces un gran Festival en el Luna Park para recaudar fondos que agregarían a la flaca billetera del gran poeta y actor de Buenos Aires. En el mismo, Discépolo presentó su Historia del Tango con 60 músicos, proveniente de numerosas orquestas. Y estuvieron Francisco Canaro, Julio De Caro, Francisco Lomuto, Fernando Ochoa, Ernesto Famá, Ignacio Corsini, Azucena Maizani, Edgardo Donato, Alberto Vila y otros, que cantarían los temas, incluída Tania.

 Discépolo, Tania, Lalo Scalise, empresarios y amigos partieron por fin a Europa en el barco Oceanía, el 14 de diciembre de 1935, con rumbo a España. Recién arribados a Madrid, entre Lalo y Enrique convocaron a músicos españoles para seleccionar a los que integrarían la orquesta. Finalmente quedaron los 25 que acompañarían a Scalise y que dirigiría Discépolo. Actuarían con gran suceso en el teatro Casablanca y el Teatro de la Música. Luego vendría Barcelona con otro exitazo, Portugal y pasarían por Marruecos, camino de París.

Tania, Discépolo y Consuelo Salvador a punto de embarcar rumbo a España
En la capital francesa, se establecerían durante el invierno de 1936, y las cosas estaban difíciles, el Sindicato de músicos exigía que figurasen 5 ejecutantes franceses por cada extranjero. También se  ofrecieron varios argentinos que estaban varados en la capital de Francia. Les obligaban a vestir de gauchos y a éso se opuso terminantemente Discépolo, que terminaría ganando la batalla. La recepción del público no era la esperada, por las dificultades del idioma y aunque no les fue mal, les quedó un regusto un poco amargo. Pese a que la realidad no había sido para nada negativa.


 De todos modos el sello francés Pathé les invitó a grabar varios discos y así lo hicieron, antes de ver fracasados sus intentos de actuar en Roma y el posible regreso a España, frustrado por el arranque de la terrible guerra civil. Debido a lo cual Discépolo, Tania y Scalise hicieron las maletas y regresaron a Buenos Aires, a mediados de 1936, previa escala en Río de Janeiro donde disfrutaron del buen tiempo y el calor del público brasileño que los obligó a estirar durante dos meses su estadía en el país hermano.

Discépolo, Scalise al piano, Tania y la orquesta grabando en Pathé de París

Como un resumen de toda aquella gira, tan especial para Discépolo y Tania, quedan los temas registrados en en el sello Pathé, con la orquesta gigante de franceses, españoles y argentinos. De ellos extraigo dos tangos, precisamente de Discépolo: Alma de bandoneón, que canta Tania, acompañada por la orquesta. Y el instrumental Confesión. En ambos casos llevan letra de Luis César Amadori, aunque el segundo no fue cantado en este disco.

02- Alma de bandoneón - Orq. Discépolo canta Tania

04- Confesión - Orq. Discépolo


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