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sábado, 16 de agosto de 2014

La serenata

Fue algo bastante común en la vieja Buenos Aires. Aquella ciudad que robosaba de cantores, poetas, guitarreros, futbolistas, boxeadores, milongueros y sobre todo, de una bohemia maravillosa. La serenata brotaba naturalmente en aquel ambiente, y era provocado por los afanes de los muchachos que querían homenajear a su amada, sorprendiéndola. Y no había nada más hermoso que una serenata a la luz de la estrellas.

Vine al pie de tu vieja ventana, mi bien,
a ofrecerte, mi vida, este canto de amor
porque quiero que sepas que te amo, mi edén,
y te siento latir en mi fiel corazón.

Todo esto viene a mi mente porque hace algunas noches fuimos a tomar un helado en Madrid. Y nos sentamos en la terraza de una conocida heladería en la zona norte de la ciudad, en una avenida. En ello estábamos, meta charleta y degustación de la crema helada, cuando aparecieron un grupo de muchachos coloreado por un par de chicas. Uno portaba la guitarra, otro un violín y parecía que venían o iban a algún concierto. De repente se pararon y entró a sonar la música de los instrumentos.

                                       


Acto seguido, uno de los muchachos se puso a cantar mirando hacia arriba. La chica que tenía un ippon se lo acercaba a éste último para que siguiera las letras,  y el cantor entonaba esas clásicas y galanas canciones serenateras, generalmente habaneras.  Enseguida se iluminó la ventana de un primer piso, y el rostro sonriente de la muchacha receptora de las canciones, le dió brillo y sentido al acto. El concierto siguió un rato hasta que la festejada bajó a saludar, luego de abrazarse estrechamente y emocionada con el chico que canturreaba. Que evidentemente era su enamorado.

Por eso que esta noche, muchachos los invito
pondremos en los barrios un poco de emoción,
y al ver que las ventanas, se abren despacito
muchachos, esta noche yo pierdo el corazón...

Yo les iba explicando a mis acompañantes cómo era la ceremonia. Que la chica a quien iba destinada la serenata encendería la luz para indicar que estaba allí y escuchándolos. Que luego se asomaría. Y que al final, lo normal sería que los invitaran a subir a tomar algo. Íbamos siguiendo el desarrollo y efectivamente bajó el que parecería ser padre de la muchacha homenajeada, a buscar vituallas. Al rato los invitaron a subir a todos, eran unos diez  o doce más o menos.

                           


Y claro, yo conocía las circunstancia de las serenatas porque de adolescente participé en unas cuantas y me encantaba. En el barrio teníamos el fueye de Paquito siempre dispuesto a la farra. El acordeón de Don Carlos, que era ciego y cafisio; un par de violeros y algunos cantores. Y a mis años juveniles me producía una ilusión tremenda participar de estas ceremonias. Sé de músicos y cantores profesionales conocidos, que también se anotaban inicialmente en las serenatas. Barrios como Boedo, Pompeya, Parque Patricios, San Telmo, Flores o Barracas, fueron testigo de innumerables cantidades de estos cantos de amor.

Asomate otra vez como entonces
y encendele la luz del quinqué,
porque quiere decir en sus voces,
muchacha no llores, no tienes porqué.


Lo he visto en México incluso. En la Plaza Garibaldi, del Distrito Federal, se apostan varios grupos de mariachis a la espera. Allí me tocó tomar unos tequilas con la mano. Cierras un poco el puño formando una especie de cono, te echan sal en la parte superior y un vasito de tequila que te vuelcan en el interior de la mano y hay que tomarlo de un trago. Te sale fuego de la boca a continuación como si fueras un dragón, de lo fortachón que es el trago a palo seco, pero no podés recular y rechazarlo.


De repente aparece un hombre a contratar a alguno de los grupos de mariachis, les pasa la dirección de la mujer a quien le dedicará el mensaje serenatero y ellos se van en un coche o camioneta, con sus trajes típicos e instrumentos. Allí le llaman a la serenata: Echar un gallo.



El tango recuerda aquellas ceremonias tan románticas y sentimentales, con numerosos temas. Algunos en forma del valsecito clásico, pero también en tiempo de milonga e incluso tango. Nunca había visto algo así en Madrid y me llamó tanto la atención que me hizo volver la vista atrás y recordar algunas de las serenatas en las que participé. Incluso la que encargué llevando al Turco Abud, uno de los créditos del barrio, para que cantase, bajo una ventana, con dos guitarras.

                                             


Hoy es sábado, caluroso en Madrid y para mí es tiempo de serenatas. Esas hermosas dedicatorias públicas de amor, que el duro materialismo del progreso ha ido borrando gradualmente. Entre los muchos temas que el tango les ha dedicado, extraigo dos que la simbolizan. El vals La serenata de ayer, de Manuel Buzón e Ismael Ricardo Aguilar. Lo grabaron varias orquestas y cantores. Lo traigo por Roberto Goyeneche con la Orquesta Típica Porteña dirigida por Raúl Garello. Y Mi serenata, de Edgardo Donato y Juan Carlos Thorry, por la Orquesta de Osvaldo Pugliese, cantando Jorge Maciel y Miguel Montero.

Serenateemos.

20- Serenata de ayer - Roberto Goyeneche

Mi serenata- Osvaldo Pugliese (Maciel-Montero)

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